Manuela era una planta de habichuelas muy alta, fuerte y bonita, cada día que pasaba se hacía más fuerte y más bonita, sus hojas eran verdes y brillantes, y sus raíces se extendían tanto que Manuela podía comer muchísimo para seguir creciendo.
Cuando llegaba la hora del riego, Manuela abría bien sus raíces para comer todos los minerales que podía de la tierra.
En el huerto donde estaba Manuela había otras plantas de habichuelas, como ella, pero todas le decían que ella era la más bonita.
También había en el huerto rábanos, lechugas, patatas...
Todos coincidían en que Manuela era la planta de alubias más bonita que jamás habían visto.
Manuela era felíz, claro, todos los días se acicalaba bajo el sol y estiraba bien sus hojitas para que el sol llegara a todos sus rincones.
Llegó el día en el que Manuela comenzó a florecer, sus flores eran tan bonitas y brillantes que las demás plantas no podían más que alabarlas a diario.
También florecieron las demás alubias, pero las flores no eran tan relucientes ni tan hermosas y Manuela comenzó a repetirlo todo el tiempo:
-¡ja! vaya flor escuchimizada y pequeñita, vamos, las mías son mil veces más grandes y hermosas.
Tan pesada se puso que las demás plantas comenzaron a enfadarse con ella y a ignorarla.
A Manuela no le importó que la ignoraran porque era tan soberbia y engreída que, en vez de pensar que sus compañeras se enfadaron porque ella era ofensiva y mal educada, prefirió pensar que le tenían envidia.
El tiempo pasaba y las flores comenzaron a marchitarse como debe ser en una buena planta de alubias, pero Manuela no podía soportar perder sus hermosas flores, y se aferraba a mandar por sus ramas toda la comida que podía a sus flores para que no se marchitaran.
Tanto se esmeró que aunque las demás plantas ya no tenían flores y comenzaban a crecer en ellas las alubias, Manuela aún tenía flores.
Pero claro, una planta de alubias es para eso, para tener alubias, y no para tener flores.
Así que a Manuela, muy a su pesar, se le fueron cayendo todas las flores, y tras las flores aparecieron las alubias.
Cuando sus flores desaparecieron Manuela se puso muy triste, porque ya no se sentía la planta más hermosa del huerto, y tan triste estaba que sus alubias crecieron poco y pequeñitas.
Todas las demás plantas del huerto tenían ahora unas alubias grandes, y gordas, pero las de Manuela eran pequeñitas y delgaditas.
Un señor ajo, que se encontraba cerca de Manuela decidió que no estaba bien que nadie le hablara, pensaba que Manuela ya habría aprendido su lección y le habló así:
- No estés triste, Manuela, tú eres una planta de habichuelas, das alubias, para eso has nacido y ese es tu trabajo. Anímate mujer, porque si no tu trabajo no estará bien hecho y tus alubias no se podrán comer.
Manuela miró al ajo taciturna y éste le sonrió con toda la largura de sus hojas.
Manuela comenzó a animarse, y a entender cuál era su trabajo: fabricar alubias, así que decidió centrarse en eso y en engordar todo lo que pudo sus maltrechos chícharos.
Cuando el granjero pasó a recoger las alubias, las de manuela eran gordas y muy blancas, es verdad que algunas no lo eran porque no pudo recuperar el tiempo perdido, pero otras eran muy blancas y suculentas.
Y al mercado fui yo, a comprar alubias para plantar en el cole con mis alumnos.
Y compré un paquete donde había alubias de Manuela, la planta de habichuelas.
Y, claro, cuando hemos plantado las alubias "chuchurrías" que Manuela no pudo mejorar, pues no han crecido y se han desbaratado al intentar crecer.
Por eso no han salido las plantitas aunque las hayamos sembrado como todas las demás, porque no tienen energía ni fuerza suficiente para crecer.
Manuela aprendió la lección, no creais, y desde entonces ya hace siempre unas alubias perfectas, y que además están ¡¡¡¡¡BUENÍIIIISIMAS!!!!
Y colorín, colorado, esta historia de chícharos se ha terminado.







